Unas viejas conocidas
La vergüenza y la culpa se sientan conmigo a escribir y la pasión es la mediadora perfecta para ser capaz de compartirlo.
Por ser esta mi primera entrada, quiero que haga el papel de introducción general a este espacio de escritura y creación. Toda mi vida he escrito. Sí. Pero toda mi vida he escrito en medio de dos señoras a las que, por más que intento, no logro silenciar del todo. Siempre han tenido demasiada atención de mi parte. Les presento a dos viejas conocidas para muchos y para mí: la vergüenza y la culpa.
Ellas me acompañan en muchos más momentos, pero cuando me siento a escribir, lo hacen de forma muy particular. La vergüenza tiene unas gafas culo de botella con borde grueso y se sienta conmigo al principio, se sirve agua con limón en vez de vino, porque no quiere que la vean borracha y tampoco quiere hacer el ridículo. Tiene una voz fuerte, habla de forma muy concisa, con frases tajantes y cortas y exige esa misma precisión en mis palabras. “Pilas ahí. Muy melosa”. “No, eso está muy cliché. En esta vida queremos ser todo, menos un cliché”. “Estás mostrando demasiado de ti, no es necesario”. “Nadie quiere a las víctimas, a nadie le importa si eso te dolió”. Pero la mayoría de las veces, cuando estoy terminando, se retira, me observa de lejos y con cara de desaprobación, mientras mueve la cabeza de lado a lado, me dice: “No puedo creer que vayas a publicar eso”. Pero ella pocas veces ha sido la que tiene la última palabra.
La culpa sí me acompaña desde el principio hasta el final del proceso y, aunque su tono de voz parece más tranquilo y lento, nunca se calla, ni tampoco se va. Siempre está susurrando preguntas como “¿Cómo vas a decir eso de alguien que amas?” “¿Por qué te quejas tanto si lo tienes todo?” “¿No crees que lo que vas a decir es demasiado fuerte?” “¿No piensas que puedes herir con esto a otros?” “¿No te da pena ser tan molesta?. Ella es la que gana casi siempre. Por vergüenza he dejado de publicar pocas veces, pero por culpa han sido infinitas. Y entre las dos, son enloquecedoras. Hasta en el desarrollo de este texto estuvieron presentes y tal vez, nunca se van a ir del todo.
Pero honestamente, ya estoy cansada de ambas. Necesito una mediadora, porque me niego a seguir relacionándome con ellas en desventaja, sin otro integrante en mi equipo. Estoy harta de querer deshacerme a toda costa de sus voces. De querer dejar de sentir sus patadas detrás de mi silla, porque me irritan hasta el punto de hacerme parar y dejar todo a medias. Creo que me rindo. Acepto que la batalla de erradicarlas por completo está perdida, pero por más que sigan sentándose a mi lado cada vez que me encuentro frente a frente con la página en blanco, este año quiero bajarle el volumen a lo que me dicen. Quiero hacer lo que nunca he hecho con su opinión: ponerla en duda. Tal vez en en unas cosas tengan razón, pero tal vez en otras solo quieren intentar dilatar más mi encuentro con una de las pocas cosas en las hallo sentido completo en mi vida: escribir.
No quiero pedir perdón y mucho menos permiso para poner en palabras mis emociones, mis miedos y mis demonios. O simplemente para dejar volar mi imaginación creando escenarios ficticios que solo han pasado en mi cabeza. Escribir es la forma más sana que he encontrado de conocerme y de chocarme de frente con versiones de mí que tal vez no saldrían de otra manera. De explorar todas mis posibilidades. Todos los potenciales que habitan en mí por el solo hecho de ser humana.
¿Por qué sentirme mal por escribir sobre el rencor? O sobre la rabia. La depresión. La locura. El desgano. Si al final son emociones o estados humanos que nos atraviesan a todos, no importa de donde vengamos, quiénes seamos o lo que decidamos hacer con ellos después. Quiero darme la licencia de escribir sin moralejas rebuscadas, sin disculpas, sin un mensaje motivacional al final. Porque simplemente a veces, no experimento la vida desde la esperanza o la alegría.
En ocasiones creo que nada va a mejorar, que igual todo en algún momento se va a poner mal otra vez y ,aunque luego cuando la vida vuelve a ser más llevadera pueda ver la luz otra vez, de estos encuentros con la oscuridad salen textos que me interesan más, donde me encuentro con una voz propia que en la escritura me gusta. Y este hallazgo por sí solo tiene la capacidad de dotar de sentido el momento en el que lo hago. Y así se ve la pasión. Puede que en mi vida diaria opte por no alimentar resentimientos, por perdonar y pedir perdón, pero el papel es el espacio donde puedo simplemente decidir no hacerlo. Y dejarlo así. Y permitirle a las emociones incómodas que sean lo que son, incómodas. No otra cosa. La pasión es arrolladora, impetuosa, desvergonzada. No pide perdón por su intensidad, solo llega. Como la escritura.
El año pasado me permitió darme cuenta que después de una frase cruda, me sentía en la obligación de contrastarla con una positividad que no me representa, o por lo menos, no en lo que escribo. Qué rico darle paso a esa visceralidad que me habita y que he intentado callar muchas veces por miedo a dar miedo. A ser demasiado. A que alguien se ofenda o se sienta mal por algo que escribí.
Con esto no quiero decir que el oficio de escribir no tenga un grado de responsabilidad y que podamos andar despotricando por la vida. Hasta para la crueldad hay que tener estilo. Pero, ¿por qué seguir cortándole las alas a las ideas, a la creatividad, a la ficción o a la no ficción? ¿Por qué limitarme a elegir una sola de ellas?
Y no. Esto no es un acto de valentía. Porque en esta pequeña decisión de publicar y compartir, hay mucho miedo e incomodidad. Es una decisión que nace desde el cansancio auténtico por dedicarle tiempo y energía a cualquier otra cosa, menos a lo que me remueve todo por dentro. Ya es suficiente. Esto nace más desde las ganas de rebelarme ante un sistema que nos oprime y nos obliga a vivir infelices y alejados de lo que nos hace vibrar el corazón porque hay que pagar facturas.
Entonces esta entrada será irónicamente lo que no quiero volver a hacer: una disculpa. La hago por adelantado, desde el fondo de mi corazón, si lo que escribo acá es doloroso, demasiado irónico, muy fuerte, muy feroz. O al revés. Si es tibio, si no es lo suficientemente crítico, intelectual o no está bien escrito. No busco molestar a nadie en particular. Solo busco hacerme menos daño a mí y esto implica ser honesta conmigo y con lo que escribo y dejar de disfrazar con consejos medriocres mensajes de naturaleza más contundente.
Y esto de hacerme menos daño no está cerca de la creencia de que “yo soy el ser más importante en mi vida”. Porque no estoy de acuerdo con esta premisa tan individualista. Pero me niego a seguir siendo mi propia piedra en el zapato. Con la que tropiezo una y otra vez, en un ciclo infinito de autosabotaje.
También este espacio es una invitación al diálogo. Mejor dicho, con cada entrada, abro debate. Estoy dispuesta a escuchar con respeto y a conversar con el que no esté de acuerdo con mis posiciones, que nunca serán inmutables o inamovibles. Así como no quiero escribir para complacer a nadie, o para que le guste a alguien. Tampoco quiero escribir para aplastar ideas o colonizar otras mentes. Ninguna de mis palabras representa una verdad absoluta para mí, o algo de lo que me sienta totalmente convencida. Esto es solo una forma de compartir lo que voy siendo, porque no soy nada fijo.
Sé que hablo desde el privilegio absoluto, que no me falta nada, que lo tengo todo (materialmente) y más. Nunca dejaré de reconocer que hay situaciones de vida más difíciles, más precarias, que hay problemas más urgentes. Pero desde esta posición y teniendo en cuenta de que si no fuera por la indepencia económica y la habitación propia con las que cuento para poder crear (te amo Virginia Woolf), no sería posible decir lo que estoy a punto de decir: creo que sí merecemos hacer lo que amamos y buscar de todas las formas posibles y si está a nuestro alcance, vivir de esto o para esto.
Camus sostenía que la pasión era una forma de resistencia al absurdo y le creo, porque mientras escribo todo en mi vida parece recobrar el sentido que me falta haciendo muchas otras vainas. Y llegó la hora de creerle mucho más y empezar a buscar formas de vivir más cerca de eso que me pone a vibrar.
Este es un paso pequeño, que tal vez debí haber dado hace rato, que podría parecer muy bobo, o superficial, pero prefiero darlo ahora, que tengo toda la convicción. Porque mañana no sé qué bicho del autosabotaje pueda picarme, o si las señoras de las que hablé arriba recobren su posibilidad de decidir sobre otra vez y me arrepienta.
Aunque han estado presentes en casi todo el tiempo que me ha tomado escirbir esto, a cada una le di su valeriana y se durmieron antes de yo oprimir el botón de publicar. Hoy la decisión la toma una nueva señora, que ya conocía, pero que me encuentro de nuevo y de una forma diferente. Ambas nos hemos transformado y hemos crecido.
Bienvenida otra vez a la mesa, querida pasión. Perdón por aplazar nuestra cita por tantos años. Quién diría que tú, con esa energía tan dominante ibas a ser la mediadora en este triángulo poco amoroso en el que he vivido con culpa y vergüenza. Por favor no vuelvas a irte. Siéntate en medio de ellas y con la fuerza infinita de tu ternura, demuéstrales que a veces se equivocan y que tienen voz, pero la decisión final no estará más en sus manos. Diles que en el 2025, cumplimos 30 años, pero que ya su dictadura acabó. No tienes que pedir perdón por tu llegada, sé que hasta ellas en el fondo, se alegran de que estés aquí, porque ya por fin, tendrán menos trabajo.
Que la belleza de tu fuego arda, con algo de culpa y tal vez de vergüenza, pero que estas no sean suficientes para apagarlo.
.
Tienes el poder de cautivar con las palabras y de discernir las emociones que nos depara la vida.
Isabela, que texto tan hermoso potente y lleno de la sublime pasión que se teje con la escritura. Toda mi admiración y cariño siempre .